A las puertas de la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, diario se instalan dos viejitos, que no reciben ningún tipo de ayuda, sobreviven de la limosna que les dan extranjeros
Por Mauricio Lira Camacho
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Todas las mañanas, un par de viejitos, se instalan, para extender su mano y recibir limosna principalmente de viajeros de origen extranjero.
Este miércoles de ceniza, día de crucero, varios de los turistas que son guiados al primer cuadro de la ciudad, quienes aprovecharon la fecha católica para recibir la señal de la cruz, daban cuenta de estos sujetos.
El primero de ellos se ubica junto a un tradicional restaurante de antojitos mexicanos, sentado en una piedra enorme, sostiene de su cuello un letrero en el que se explica su situación.
De pantalón y camisa color azul, puestos sus anteojos, pide limosna, ya casi no habla, a señas expresa la necesidad que tiene diariamente.
Su gorra sostenida con su mano derecha, es el sostén para la caída de las monedas básicamente más que de billetes.
Su pelo largo, canoso y descuidado es el marco de su presencia física ante el deambular de los turistas, principalmente.
Es una persona mayor de aproximadamente 75 años o más, ya casi no habla, su cabeza siempre hacia abajo, salvo cuando se da cuenta que lo observan.
Desde temprano, siempre se instala en esa piedra en espera de algún dinero que le permita comer algo en el día.
Metros más adelante, en una condición más precaria, se encuentra sentado a la entrada de la iglesia, sobre un costado, otro viejito todavía ya mayor, quien se mantiene como puede en esa posición.
Su cabeza cariz baja y con su mano derecha presa de los temblores propios de la edad, ya no pide, solamente espera un alma caritativa que le de algunas monedas.
Esta mayor estaría rondando los 80 años de edad, su aspecto es enfermizo, su cuerpo encorvado, y al igual que el otro señor antes descrito líneas arriba, cuenta con su bastón, su vestimenta es pasable, más no su condición.
En ambos casos, es un hecho el abandono y descuido del que son objeto, ignorando que habrá detrás de sus historias y vivencias personales.
Contexto Abandono y Maltrato Hacia los Ancianos
El maltrato hacia los ancianos es producto de una deformación en nuestra cultura, que siente que lo viejo es inservible e inútil.
De una u otra manera los viejos son sentidos como estorbos, y como una carga que se debe llevar a cuestas, además de la familia que hay que sostener.
Sin demeritar el desprecio social, por ello son generalmente abandonados, segregados y enviados a otros lugares, casa de reposo o abandonados en la calle.
Por eso no es de extrañar que el tipo más frecuente de maltrato sea el abandono y la falta de cuidados.
Otro de los abusos frecuentes es el abuso financiero que consiste en adueñarse de los dineros de los adultos mayores y de sus bienes, sin su autorización o aprovechándose de la falta de capacidad de ellos para hacerse cargo de estos bienes.
Muchos adultos mayores están tan deteriorados en su inteligencia y memoria que aceptan que sus parientes o hijos manejen sus cosas, y generalmente éstos tienden a sacar provecho para sí mismos sin considerar a los ancianos en estos planes.
La agresión psicológica y física se da fundamentalmente en personas que estando a cargo del cuidado de los ancianos, se ven recargadas de trabajo con ellos porque día a día pierden la capacidad de valerse por sí mismos, y a la vez son difíciles y «mañosos» con las personas que deben cuidarlos.
Consecuencias para los ancianos
Aunque muchos de los ancianos que viven maltrato están tan deteriorados por la edad, que a veces ni recuerdan haber sido maltratados, los que están en mejore condiciones terminan por deprimirse y deteriorase en los aspectos en los que antes estaban bien.
Y lo más fácil es salir a las calles a mendigar.
El efecto más frecuente del maltrato de los ancianos es la depresión y la baja de las defensas, trayendo con ello más enfermedades, envejecimiento más rápido y el deseo de morir. Un anciano deprimido tiende a morirse más rápido. Al dolor de sentirse día a día más viejo e inútil en muchos aspectos físicos, los ancianos maltratados deben agregar la pena de sentirse un estorbo al cual a nadie le importa o más bien desearían borrar. Esto es motivo de gran pena que no pueden sacar ni expresarla por que serían más rechazados aún. Así se van deprimiendo y enfermando paulatinamente, perdiendo el interés por vivir.
La violencia hacia los ancianos es casi un fenómeno invisible ya que los adultos mayores son incapaces de denunciar los abusos, ya que al miedo y la depresión se le suma la incapacidad de moverse por si mismo y pedir ayuda a otras personas que pudieran creerles y hacerles de apoyo para una denuncia.
A nivel de la ley no existe una ley especial para el tema y se usa la ley de violencia intrafamiliar y sus mecanismos de protección una vez que alguien haya hecho la denuncia de violencia hacia un anciano.
En este aspecto es necesario que la comunidad despierte en este aspecto y se sensibilice frente a la necesidad de los abuelos, de recibir apoyo y de orientar a las familias de éstos a no abusar de ellos. Cambios profundos no son posibles de la noche a la mañana, pero el brindar una mano amiga y escuchar a los ancianos que están abandonados o son maltratados por sus familiares, es un apoyo real que se puede dar.