* De Aguamilpa hasta el Ahuejote son 10 kilómetros por caminos muy estrechos que serpentean por las montañas, a veces al filo del precipicio, pero con vistas majestuosas del río Ameca. También hay que cruzar el arroyo de Las Truchas, todo un desafío porque lleva bastante agua, fresca y cristalina que se antoja quedarse a descansar en ese lugar.
Llegar a esta comunidad es una aventura en la que hay que cruzar varios arroyos, algunos de ellos crecidos en época de lluvias. Desde El Coatante hay carretera hasta los Sauces, de ahí hasta Aguamilpa el trayecto es de terracería pero está bien nivelado el camino, uno puede encontrar pasos de agua pero tienen fondo de piedra por lo que es fácil atravesarlos. Hay escenas de lo más pintorescas, como un joven pasa en su burro mientras la máquina niveladora viene detrás emparejando, vacas que pastan tranquilamente sobre la brecha poco transitada o un campesino que viene del sembradío de maíz sobre su mulita y lleva hoja de maíz para alimentar a su cabalgadura. Mientras platicamos con el hombre de campo, el Rocinante aprovecha el momento para jalar un tallo de maíz y comérselo, el viajero puede ver la vida de los pueblos rurales de la sierra de Bahía de Banderas, donde es como viajar al pasado.
De Aguamilpa hasta el Ahuejote son 10 kilómetros por caminos muy estrechos que serpentean por las montañas, a veces al filo del precipicio, pero con vistas majestuosas del río Ameca. También hay que cruzar el arroyo de Las Truchas, todo un desafío porque lleva bastante agua, fresca y cristalina que se antoja quedarse a descansar en ese lugar. En el trayecto uno se encuentra con puertas rudimentarias de alambres de púas y palos que los lugareños han colocado para que el ganado no se disperse por el camino, de manera que hay que cerrarlas después de pasar. En plena montaña nos topamos con Cruz Arreola quien procedente de El Ahuejote, llevaba unas vacas para venderlas a Aguamilpa: “las llevamos a vender para tener una feriecita para comprar otras cosas para comer”
A la llegada al último pueblo de Bahía de Banderas, nos recibe Don Juan de la O, el delegado de la comunidad donde habitan 35 personas que forman 6 familias y quien recuerda muy bien a las pocas personas que visitan el pueblo, a pesar del paso de los años. “No viene mucha gente por acá” comenta Don Juan.
En la placita del pueblo nos llamó la atención una piedra que tenía tallados unos hoyos como cuencos grandes, a manera de metates, Juan comentó: no sabemos quién las hizo, cuando llegó mi abuelo a esta tierra las piedras ya estaban aquí, es posible que estos metates los hayan hecho los indígenas, hay otras más allá, hay muchas de estas piedras. Mi abuelo fue el fundador, Margarito Arreola, llegó cuando todo esto estaba virgen hace 70 u 80 años, había una casita nomás, el abrió todo el terreno, luego hicieron la casa de mis tíos y la de mis papas, eran tres casitas nada más.
Mi abuelita hace como 45 años sacó unas figurillas, cuando estaba chiquillo, a ella le gustaba escarbar y sacaba monos y vasijas, había un cementerio que creemos era de los indígenas y sacó como oro molido, era lo que molían los indígenas. Donde estaban los huesos le escarbaron y salió como oro, sacaron dos botes mantequeros, lo juntaron y luego vino una persona y se los llevó, dijo Don Juan.
Según escribió en su Crónica Miscelánea de Nueva Galicia, Fray Antonio Tello en 1653, que cuando los Españoles llegaron a estas tierras se encontraron con que el valle estaba poblado por muchos pueblos indígenas, llegando a ser 100 mil almas las que vivían en la región. Los hallazgos arqueológicos parecen confirmar lo dicho por el religioso, pues se ha encontrado desde un puerto prehispánico que construyeron los indios Bandera, ubicado en lo que ahora es La Cruz de Huanacaxtle, el Hombre de Litibú que da fe de un asentamiento antiguo en esa región, las pirámides de Ixtapa, la de San José del Valle y las de San Juan de Abajo, además de los vestigios en Piedras Azules y numerosos hallazgos en Valle de Banderas, indican que las poblaciones pre cortesianas que vivían por todo el valle y montaña de la Bahía de Banderas eran numerosas. Pero nunca alguien habría podido imaginar que en lo más espeso de la selva de la sierra de Vallejo, donde habita el Ocelotl, hubiera existido un asentamiento indígena dedicado a la minería, particularmente a la extracción de oro.
Don Juan de la O comenta que del otro lado de la montaña hay minas trabajando en la extracción de minerales.
Mientras platicábamos con Don Juan las ovejas se espantaron, los perros empezaron a ladrar, entonces se alarmó y nos dijo, parece que hay un zorro por ahí, luego todo se calmó y entonces comentó que en la selva es posible ver zorros, leopardos o jaguares e incluso venados.
Mientras, un vecino prepara el coco que da de comer al cauque, camarón de río que cría para alimentarse y vender en la pequeña comunidad, del Ameca sacan carpa grande y tilapia, hay un ojo de agua caliente, sale de una pared de la montaña, pero solo es accesible cuando hay secas y hay menos vegetación.
Antes de despedirnos, un vecino nos regaló un par de rueditas, como cuentas de un collar, talladas finamente en piedra, una muestra de que los antiguos indígenas que vivieron en El Ahuejote ya tenían una tecnología del trabajo fino en piedra. Hasta aquí llegan los caminos, es la última frontera, donde quedan las piedras talladas como mundos testigos de un pueblo antiguo que ahí vivió.