Restaurantes, músicos, artistas y negocios de todo Bahía de Banderas y Riviera Nayarit ofrecieron sus servicios en la plaza de La Cruz de Huanacaxtle a visitantes de Guadalajara, Tepic y toda la región, quienes además pudieron disfrutar la totalmente renovada plaza Benito Juárez, la principal de esta población, en un ambiente tradicional mexicano en la joya escondida de Riviera Nayarit: La Cruz de Huanacaxtle.
Un evento similar se había organizado en julio pasado, cuando el verano hacía sentir toda su fuerza. Aquella vez fui con mi esposo y disfrutamos de tres horas de buena comida, vinos importados, cigarros y música. En esta ocasión decidimos hacernos acompañar por un grupo de amigos.
La plaza principal de La Cruz se resguarda a la sombra de las enormes ramas de los Huanacaxtles, centenarios árboles que ahí se conservan, y es un pequeño parque poblado de vegetación, con un quiosco en el centro.
El pasado 3 de noviembre fue inusualmente nublado, pues en noviembre generalmente las lluvias se han alejado de Riviera Nayarit, pero el día anterior una tormenta sorprendió a los habitantes y por esa razón amaneció un día gris, fresco sin llegar a hacer frío.
Un recorrido en carro de menos de 10 minutos nos llevó de Nuevo Vallarta a La Cruz de Huanacaxtle, que se encuentra justo después de Bucerías si se toma la desviación a Punta de Mita, y nos ofreció una hermosa vista de toda la Bahía de Banderas.
La Cruz es un poblado pequeño, donde no pasan muchas cosas. Expatriados, extranjeros que ahí pasan el invierno, mexicanos bohemios y gente que llega de la Marina en su paso rumba a algún otro lugar hacen de este lugar un rincón ecléctico.
Me aventuré a probar la Nueva Cocina presentada por uno de los restaurantes más prestigiosos de la región, a un precio especial de degustación. Nuestra amiga Atina, quien es francesa, prefirió probar las tendencias de la Cocina Internacional disponibles en la zona. Darío sólo buscaba descansar luego de una larga semana de intenso trabajo y sólo caminar por la plaza sin un interés particular le hacía feliz, pues podía disfrutar aquellos aromas. Jhonathans buscaba pasar un fin de semana en un pueblito mexicano tradicional cerca de la playa, pues ha pasado su vida entera en grandes ciudades le daba curiosidad descubrir el encanto que nos había traído a vivir a Bahía de Banderas.
Eran las cuatro de la tarde cuando llegamos a la plaza, algunas personas estaban ya por ahí, incluyendo a un grupo de ocho que bajó de una camioneta. Todos estaban vestidos finamente, así que me dio curiosidad que pensaría esa gente de la comida. Me atreví a entrar en su conversación, pues no hay nada como una opinión sin influencia de un primerizo.
Luego de dar una vuelta, estábamos listos par ir por los boletos para la comida. La anterior ocasión algunos de los restaurantes se quedaron sin alimentos apenas una hora después de comenzado el evento y yo me quedé con hambre y salivando. Juré que no volvería a pasar.
En esta ocasión no sucedió así, nadie se quedó sin comida y el puesto de boletos no fue necesario pues todos los restaurantes cobraron en efectivo. Mi primera parada fue en las cotillitas de Tortuga Beach Restaurant, cocinadas a la perfección.
Darío ordenó una Salchicha Alemana y puré de papa del restaurante Black Forest, la reseña apuntó a un excelente. Yo probé entonces un plato vegetariano con croquetas de vegetales, col morada y una salsa de mango agridulce. Atina regresó con Sapancopita, un pay de espinacas y queso de cabra hecho con pasta Filo al estilo griego.
Comimos en una zona reservada con mesas, a tiro de piedra de los puestos de comida. La atmósfera era como la de una fiesta de barrio, la gente saludándose, conviviendo, chocando sus cervezas y copas de vino, feliz.
Las bancas del parque estaban salpicadas de parejas comiendo, los pequeños corrían en el parque, las familias locales vendían tamales y atole en las banquetas alrededor de la plaza mientras la música tropical inundaba el ambiente.
Volví a ver el grupo con el que nos topamos al principio. Jhonanthan señaló que nunca dejaría la ciudad, pero que sin duda estás habían sido unas vacaciones excepcionales, Atina calificó la comida con un austero “estuvo bien” acorde con su paladar francés y Darío disfrutó al máximo.
Anochecía y las sombras se comenzaban a perder, la banda cubana y sus notas tropicales anunciaban la última pieza de la noche e invitaban a seguir la fiesta en un restaurante cercano. Todos corrieron para seguirla, mientras nosotros discutíamos sobre el postre “Deme dos más” dije a quien vendía las gelatinas de café orgánico, cultivado en las montañas de Nayarit, “¡Esto sí que es una gran velada!”, dije.