Lavatorio de Pies a Apóstoles Implica Servicio, Amor y Humildad

· El que Sirve más es el Más Importante de Todos, dijo el padre, Julio Ulloa, este Jueves Santo durante la celebración de la Última Cena donde Jesús lavó los pies a los Apóstoles en la iglesia de Nuestro Señor de la Divina Misericordia de Valle Dorado.

Por Paty Aguilar
NoticiasPVNayarit

En el orden de la lógica de Cristo, el que sirve más, es el más importante. El más servidor, es el primero de todos, así invitó el padre Julio Ulloa a los feligreses para que junto con él rememoran el acto de humildad que hizo Jesús Cristo al lavar los pies de los Apóstoles durante la celebración de Su Última Cena, un día antes de la Muerte de Jesús que sucedió este Viernes Santo.

Es el valor que tienen todas las Misas, porque es la misma Cena de Jesús que se conmemora en cada una de ellas, explicó el padre Ulloa, luego de que se llevó a cabo el Lavatorio de Pies. Explicó a los feligreses que “son tres los momentos que tenemos que pedirle a Dios para la Iglesia, pero nos estamos distrayendo, estamos como enfocados en otras cosas que por el menos nos parecen más importantes, pero son tres en esta noche lo que tenemos que pedir a Dios.

La Eucaristía y el Sacerdocio. Cristo no era sacerdote, era laico, era un carpintero, pero este sacrificio que hace, lo hace un sacrificio de ofrenda a Dios, El se ofrece como víctima, sacerdote y altar. Las otras peticiones son sobre el mandamiento del Amor y el servicio en la Iglesia, en la comunidad, porque Jesús dice, todo esto hay que hacerlo con Amor, si no, no sirve, si están haciendo cosas renegando, mejor no las hagan, no te van a ganar nada, tiene que ser porque amas a tu iglesia, a tu comunidad, a tu familia y no solamente que le digas cosas bonitas –que ay hijo yo te amo, Dios te ama, Dios te salva- no, tienes que servirlo y así darle a entender a tu esposo, amigo, hijo, que Dios te ama, pero sirviéndole, obras son amores y no buenas razones” dijo finalmente el sacerdote.

Luego de su intervención, feligreses pasaron al frente para reflexionar sobre esos temas.

Con la finalidad de comprender y recordar este pasaje bíblico, reproducimos parte de esta historia católica que es la más importante y fundamental. Se trata de literatura que narra el contexto de aquellos tiempos en qué ocurrió la Pasión de Cristo y lo que posteriormente escribieron los apósteles en relación a las enseñanzas que les dejó Jesús durante la Última Cena.

En aquellos tiempos, en el antiguo Israel, muchas personas realizaban descalzas sus actividades diarias.

No obstante, había quienes usaban unas sandalias que consistían en poco más que una suela sujeta con cintas al pie y al tobillo. Como los caminos y campos estaban llenos de polvo o incluso lodo, era inevitable ensuciarse los pies.

De ahí la costumbre de quitarse las sandalias al entrar en las casas. Además, era muestra de hospitalidad que el anfitrión —o uno de sus sirvientes— lavara los pies de los invitados. La Biblia habla en varias ocasiones de esta tradición. Por ejemplo, cuando Abrahán recibió a unos visitantes en su tienda, dijo: “Que se traiga un poco de agua, por favor, y se les tiene que lavar los pies. Entonces recuéstense debajo del árbol. Y permítaseme traer un pedazo de pan, y refresquen sus corazones” (Génesis 18:4, 5; 24:32; 1 Samuel 25:41; Lucas 7:37, 38, 44).

Esto nos ayuda a comprender por qué Jesús les lavó los pies a los apóstoles durante su última Pascua con ellos. Allí no estaba el dueño de la casa ni ningún sirviente, y todo parece indicar que los discípulos no se ofrecieron a realizar esa tarea. De modo que, al tomar un recipiente con agua y una toalla para lavar y secar los pies a los apóstoles, Jesús les dio una lección de amor y humildad (Juan 13:5-17).

Acto seguido, Jesús les dijo: “Yo les he puesto el modelo, que, así como yo hice con ustedes, ustedes también deben hacerlo” (Juan 13:1-17). En efecto, ellos también debían ser humildes. Aunque no captaron de inmediato la idea y esa misma noche discutieron sobre quién tenía más importancia, Jesús no se enojó, sino que razonó pacientemente con ellos (Lucas 22:24-27).

Nuestras palabras suelen revelar tanto lo que somos por dentro como lo que pensamos de los demás. Así lo reconoció Jesús cuando señaló: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón produce lo bueno; pero el hombre inicuo produce lo que es inicuo de su tesoro inicuo; porque de la abundancia del corazón habla su boca” (Lucas 6:45). Entonces, si queremos que nuestras palabras sean una fuente de alivio, ¿qué podemos hacer?

El rocío que alivia la sequía es el conjunto de miles de gotitas que descienden con suavidad, sin que uno sepa de dónde salen. De igual manera, el alivio que ofrecemos a los demás no consiste en una sola acción noble, sino en el conjunto de obras cristianas que realizamos a favor del prójimo día a día.
El apóstol Pedro, a quien el Hijo de Dios le lavó los pies, comprendió el significado de aquel acto.

Más tarde escribió: “Ahora que ustedes han purificado sus almas por su obediencia a la verdad con el cariño fraternal sin hipocresía como resultado, ámense unos a otros intensamente desde el corazón” (1 Ped. 1:22). Y el apóstol Juan, que también estuvo presente en aquella ocasión, recordó a los cristianos: “Hijitos, no amemos de palabra ni con la lengua, sino en hecho y verdad” (1 Juan 3:18).

El apóstol Pablo escribió: “En amor fraternal ténganse tierno cariño unos a otros. En cuanto a mostrarse honra unos a otros, lleven la delantera” (Romanos 12:10). Si ponemos en práctica este consejo, lograremos ser, de palabra y obra, una auténtica fuente de alivio.