Mar de Fe a la Virgen de Guadalupe

• Desde el primer segundo de este 12 de diciembre, el centro del puerto, se convirtió una vez más como cada año, en un mar de fe a la virgen de Nuestra Señora de Guadalupe

Por Mauricio Lira Camacho
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Una vez más, como cada 12 de diciembre, el centro de este puerto, se convierte en un mar de fe en honor a la virgen de Guadalupe.

Desde el primer segundo de este día, el primer cuadro de la ciudad, se convirtió una vez más como cada año, en un mar de fe a la virgen de Nuestra Señora de Guadalupe

Ríos de personas, solas o en familia, quienes se dan cita puntual para participar en este magno evento de enorme tradición para el mundo católico aquí.

Es el mar de gente que se arremolina, con el único objetivo de ingresar a la iglesia para bendecir y agradecer por los favores tenidos en este año.

Así como hacer lo mínimo indispensable para que el año entrante, sea aún mejor.

Esta tradición se extiende todo el día hoy, en cada rincón del país, todas las peregrinaciones bajo un mismo precepto, rendir culto a la virgen María.

Historia que tiene antecedentes en la vida de nuestro país, con la mención de Juan Diego, de la aparición de la virgen María en el cerro del Tepeyac.

La primera mención que se hizo de Juan Diego fue en el libro Nican Mopohua publicado por Luis Lasso de la Vega y atribuido a Antonio Valeriano, quien escribió el Nican Mopohua hacia la década de 1550, es decir, diecisiete años después de las apariciones de la Virgen de Guadalupe.

San Juan Diego era de la etnia indígena de los chichimecas. Supuestamente nació el 5 de abril o mayo de 1474 en Cuautitlán, en el barrio de Tlayácac, región que pertenecía al reino de Texcoco; fue bautizado por los primeros misioneros franciscanos en torno al año de 1524.

Juan Diego era un hombre considerado piadoso por los franciscanos asentados en Tlatelolco, donde aún no había convento, sino lo que se conoce como doctrina, donde se oficiaba misa y se catequizaba. Juan Diego hacía un gran esfuerzo al trasladarse cada semana saliendo «muy temprano del pueblo de Tulpetlac, que era donde en ese momento vivía, y caminar hacia el sur hasta bordear el cerro del Tepeyac.»

De acuerdo con la tradición, el sábado 9 de diciembre de 1531, muy de mañana en el cerro del Tepeyac escuchó el cantar del pájaro mexicano tzinitzcan, anunciándole la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe. Ella se le apareció cuatro veces entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 y le encomendó decir al entonces obispo, fray Juan de Zumárraga, que en ese lugar quería que se edificara un templo. La Virgen de Guadalupe le ordenó a Juan Diego que cortara unas rosas que misteriosamente acababan de florecer en lo alto del cerro para llevarlas al obispo Zumárraga en su ayate. La tradición refiere que cuando Juan Diego mostró al obispo las hermosas flores durante un helado invierno se apareció milagrosamente la imagen de la Virgen, llamada más tarde Guadalupe por los españoles, impresa en el ayate. El prelado -que en sus escritos no dejó constancia alguna de ninguno de los hechos- ordenó la construcción de una ermita donde Juan Diego Cuauhtlatoatzin viviría por el resto de sus días custodiando el ayate (actual capilla de indígenas).