BOSTON .— Antes de llegar a la meta, Meb Keflezighi giraba continuamente la cabeza. El miedo a ser atrapado por su más inmediato contendiente disparó la adrenalina que le permitió llegar en primer lugar para convertirse en el primer estadounidense en ganar un maratón en Boston en 31 años.
El inicio de la carrera, una de las más vigiladas en el mundo, se produjo a primera hora de la mañana y estuvo marcado por un emotivo minuto de silencio por los muertos que dejó el atentado terrorista de hace un año.
Muchos de los participantes eran los mismos que el año pasado no pudieron terminar la competencia debido a los atentados. Otros, corrieron para rendir homenaje a las víctimas, como las enfermeras del Hospital General de Massachusetts. Otros más se pusieron una camiseta amarilla en la que se leía “MR8”, para honrar a al pequeño Martin Richard, de ocho años, el más joven de las tres víctimas del atentado del 15 de abril de 2013.
El presidente Barack Obama, escribió en Twitter desde la Casa Blanca: “Todos los que corren deben saber que los alentamos, aunque no estemos allí con ellos”.
“El sueño americano ha cruzado el primero la meta. Ha recuperado para Estados Unidos el Maratón de Boston”, comentó a bote pronto el comentarista de la cadena CBS que transmitía en directo desde las gradas que cubrían la recta final de la carrera en la calle de Boylston.
Desbordado por la emoción, Keflezighi se abrazaba a su esposa y a su entrenador. Entre lágrimas agradecía el apoyo recibido para poder ganar. Toda una proeza para quien, hace casi 30 años, llegó a Estados Unidos como un emigrante de Eritrea.
“Desde que estalló la bomba (el año pasado), he querido regresar para competir y ganar… Quería ganar el maratón para la gente de Boston”, declaró Keflezighi mientras recibía la medalla, el trofeo y le ceñían la rama de laurel dorado sobre la sien.
En muchos sentidos, Meb Keflezighi se convirtió en la antítesis, en el anverso de la moneda de los hermanos Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev, emigrantes de origen checheno que hace un año perpetraron un atentado terrorista que costó la vida a tres personas y dejó heridas en más de 260.
Al igual que ellos, este emigrante de 38 años llegó a Estados Unidos con la esperanza de hacer realidad el sueño americano. Y ayer lo consiguió, mientras cruzaba en primer lugar la meta del maratón de Boston con un tiempo de 2 horas, 8 minutos y 37 segundos.
Poco antes de la victoria, contra pronóstico de Kefleighi, la atleta de origen keniata Rita Jeptoo confirmaba por tercera ocasión su calidad de campeona del Maratón de Boston. En el camino, dejó los sueños y aspiraciones de la corredora Shalane Flanagan que, entre sollozos, lamentaba no haber llegado en primer lugar a la meta: “Lo intenté pero mi cuerpo no me respondió”, se justificó la mujer que pretendía reclamar para Estados Unidos el trofeo del maratón en la división femenil.
Al final del trayecto, la odisea de cada participante se reflejó en su rostro. Con el cuerpo entumecido, las piernas renqueantes y el rostro quemado, muchos de ellos vivieron el fin de la carrera como un triunfo personal.
“No estuvo mal. Pude hacer un mejor tiempo. Pero apenas el mes pasado corrí en otro maratón. Mi tiempo aquí fue de 3 horas con 5 minutos. Estoy muy contento. Y el próximo mes corro en Filadelfia”, dijo Conrado Hernández Pérez, un mexicano del estado de Hidalgo que llegó como la riada, en medio de un nutrido grupo de corredores reventados y exhaustos tras un recorrido de más de 42 kilómetros.
Tras el fin de este maratón, miles de corredores deambulaban por las calles de esta ciudad. Con una bolsa de frutas, agua y barras energéticas que se les repartió al final de la carrera, muchos de ellos se dejaban caer en la banqueta para tomar un respiro y encaminarse a su hotel.
La policía mantuvo una férrea vigilancia hasta el final de la carrera, particularmente cuando el reloj marcó las 14:49 horas. El momento en que, hace un año, los hermanos Tsarnaev hicieron estallar el primero de dos artefactos explosivos para cambiar para siempre la historia del Maratón de Boston. Uno que ayer reclamaba un estadounidense de origen eritreo. Un exponente del sueño americano que devolvía a Boston y a Estados Unidos la gloria del primer lugar.