Ausencias que lastiman: Julio y Ricardo fueron levantados en mayo en Iguala

IGUALA, 9 de noviembre.— Lo que antes era una ciudad tranquila, donde casi todos se conocían comenzó a cambiar a partir de 2012; comprar cualquier tipo de droga en la ciudad de repente fue más fácil que nunca.

Julio y su gran amigo de la infancia Ricardo no pensaron que este hecho les cambiaría la vida; ellos se criaron juntos desde niños en la colonia San José, una zona popular de Iguala; los fines de semana acompañaban a sus mamás al canal, cuando ellas iban a lavar la ropa.

Claro que ellos aprovechaban también para bañarse y aprender a nadar. Fueron días muy felices para los dos, ese canal fue muy importante en su infancia. Sin embargo, sólo Julio tuvo la oportunidad de seguir estudiando, llegó hasta la preparatoria y por cuestiones económicas ya no pudo seguir adelante.

La historia de Ricardo no fue mejor, el sólo pudo comenzar la secundaria y de ahí tuvo que entrar a trabajar en un taller mecánico donde no se ganaba mucho dinero, sólo lo necesario para sobrevivir.

A principios de 2013, un amigo de Julio le propuso un buen negocio para tener dinero suficiente para pagarse todas las cosas que necesitaba, para comprar lo que él quisiera; solamente tendría que hacerse cargo de vender droga en su colonia, a la gente de su alrededor, sin ningún problema, pues los jefes le darían protección.

Arrancó el negocio y le comenzó a ir muy bien, la clientela llegaba poco a poco, sin gran problema.

Pronto todos sus amigos se dieron cuenta de que Julio, sin tener un trabajo aparente, se daba la buena vida; varios sabían de su negocio.

Animado por el éxito de su nuevo trabajo, invito a Ricardo a que también le entrara al negocio sin dejar el taller mecánico; al principio Ricardo la pensó mucho, pero al ver que si había buenas ganancias en corto tiempo se decidió a entrarle.

Les fue muy bien a cada uno por su territorio de ventas, ningún problema, aunque todo mundo sabía a lo que se dedicaban, nadie los molestaba, ni siquiera la policía.

Sin embargo, en mayo de 2014 los dos amigos cometieron un error muy grande: se metieron a un territorio que no les correspondía, además de que quisieron ampliarse traicionando a sus antiguos jefes.

Aparentemente su audacia no les afectó; sin embargo, a finales de mayo, cuando Julio estaba una noche en las afueras de su casa, esperando clientes, unos hombres armados llegaron hasta su casa en una camioneta de lujo y se lo llevaron por la fuerza, sin mediar palabra.

La familia entró en pánico, no sabían quiénes eran los desconocidos que se habían llevado a Julio, le avisaron a Ricardo, pues al ser amigos muy cercanos y dedicarse al mismo negocio lo más obvio era que su vida también corriera peligro.

Unos días después, cuando Ricardo estaba trabajando en el taller mecánico, un grupo de hombres armados se lo llevó también.

Los dos amigos desaparecieron, sus familias se acompañaron en el dolor, las dos familias sabían de los negocios en los que estaban metidos sus hijos y sabían que había un mal pronóstico. Sólo les quedaba esperar. Nunca fueron a presentar una denuncia ante el Ministerio Publico, les dio miedo.

A las tres semanas, las dos familias recibieron una llamada, les pedían que entregaran 100 mil pesos si querían volver a verlos, pues Julio y Ricardo debían esa cantidad por echarle a perder el negocio al jefe.

Ahora, con el descubrimiento de tantas fosas clandestinas familiares están pensando ir a Chilpancingo a que les tomen una muestra de ADN con la esperanza de encontrar aunque sea sus cuerpos: “Queremos encontrarlos, aunque sea para darle cristiana sepultura”, dicen las madres, cansadas de llorar.