Seguro te acordarás que de niño, tus padres o algún familiar, cuando no podías dormir en la noche, te pedían que miraras fijamente hacia la Luna y que te darían una gran sorpresa si eras capaz de encontrar la figura de un conejo que andaba por ahí oculta.
Según cuenta la leyenda, un día, el dios Quetzalcóatl decidió salir a pasear. No descansó hasta llegada la noche; estaba agotado y hambriento, pero no había nada a su alrededor que pudiera comer. De repente, vio que se le acercó un conejo, quien humildemente, le invitó del zacate que masticaba, gestó que rechazó pues al ser humano, no podía comer dicha planta.
Entonces el animal se auto ofreció para ser sacrificado y servirle de alimento. Ante noble gesto, Quetzalcóatl lo tomó entre sus brazos, lo acarició amorosamente y lo levantó tan alto que su figura quedó plasmada en la Luna, como agradecimiento a tan noble acción y para que su gesto fuera recordado por todos los hombres durante generaciones.