Alcanzan golpes del narco a la diversión nocturna

MONTERREY.- Hace siete años, trabajar como bailarina exótica era una profesión que generaba una estabilidad económica muy lucrativa para algunas mujeres; ahora la violencia que impera en la ciudad y los ataques a centros nocturnos ha acabado con este rubro de diversión nocturna en el estado de Nuevo León.

Cuerpos esculturales y bellas mujeres desfilaban por la pasarela de los table dance, giro que tuvo un boom de apertura de cientos de estos centros nocturnos en el área metropolitana de esta entidad del norte del país.

Del año 1994 a 2000, Monterrey fue considerada como una de las ciudades con mayor auge de centros nocturnos con desnudos; en su momento albergó bailarinas de diversas partes del mundo, incluyendo Sudamérica y Europa.

Con ganancias de casi 30 mil pesos por mes, miles de mujeres apostaron por “profesionalizar” esta fuente de empleo; unas invertían horas de gimnasio y otras preferían aplicarse en su cuerpo una “manita de gato” con el bisturí.

Entre mejor delineado cuerpo tenía la bailarina, aumentaba su ingreso; eran las más codiciadas por la clientela, en su mayoría ejecutivos, recuerdan en bares.

En lo que va del año, pistoleros del cártel del Golfo han realizado al menos una veintena de ataques a centros nocturnos con resultados terribles, antros controlados, aseguran, por el grupo delictivo de Los Zetas para llevar a cabo la distribución de droga al menudeo.

El más reciente de los ataques ocurrió en el table dance Matehuala, en donde 9 meseros fallecieron, luego de que hombres armados dispararan y detonaran granadas en el centro nocturno.

“Ahora las cosas son distintas, los que van a un table es porque son clientes de muchos años”, dice Tamara, bailarina con 10 años de dedicarse a esta profesión. Ahora busca otra fuente de ingreso.

Con sus 35 años, esta bailarina ha visto cómo se derrumba su profesión poco a poco. Cuenta cómo el dinero lo invirtió en su cuerpo y otra parte la despilfarró en viajes y lujos en “tiempo de vacas gordas”, explica.

“A mis 25 años, había días que ganaba hasta 5 mil pesos de puros bailes, ponle tú que eran jueves, viernes y sábados, más 500 pesos por día que me pagaba el negocio, ¿tú crees que iba a trabajar en otra cosa? Pues no”, dijo la mujer.

“Pero llegaron ‘los de la letra’ (Los Zetas) y comenzaron a controlar todo, la venta de droga… y comenzaron a reclutar a compañeras como informantes”, reveló la mujer.

“Pues los ataques fueron alejando a los clientes, no podían arriesgarse. Eran clientes con dinero, otros eran ejecutivos que cerraban tratos y chicos fresas, venía de todo”, explicó la bailarina, quien baila en El Prestige, ubicado sobre la calle de Madero en el centro de Monterrey. Uno de los pocos centros nocturnos que sobreviven a esta violencia.

Lucen solos

—¿Oye, entonces está cab… ahora con esto de Los Zetas?

—Sí, ¿no ves cómo atacan los bares? —contesta Tamara.

Los antros se convirtieron en el objetivo de Los Zetas: fueron tomados como centro de operaciones.

Eran las 11:30 horas de un fin de semana de quincena, los antros sobre la calle de Villagrán lucen desérticos. Son pocos los que se aventuran a entrar con el riesgo de convertirse en testigos de una masacre o en víctimas.

Afuera, decenas de halcones vigilan el cuadrante con radios Nextel; se reportan con su líder. Ahora no se protegen de policías, militares o marinos, sino de los rivales del cártel.

La situación es tensa, ya no de diversión. La bailarinas impacientes se ponen casi en la mera entrada para seguir al primer cliente, que son pocos.

—Hola, guapo… ¿por qué tan solo? Ven, vamos a una mesa —dice una bailarina con vestido blanco que la luz neón transparenta y deja ver su ropa interior.

Es Abigail, su nombre artístico en el bar El Infinito, ubicado a 100 metros del Sabino Gordo, escenario de una masacre de 22 personas el año pasado.

Con su pelo rubio largo, se atreve a contar las entrañas de noche sobre esta zona, atacada por grupos criminales.

“No hay mucho qué ganar hoy, ha cambiando todo, la gente tiene miedo con tantos asesinatos en los antros”, comenta la mujer.

“¡Ya hasta tenemos oferta en los bailes privados, por 200 pesos, el tiempo de baile son dos canciones!”, anuncia. Antes ese dinero era para una sola canción.

“En ese entonces los clientes escogían la canción más larga para estar más tiempo, ya se la sabían”, revela sonriente Abigail. Explica que las luces color neón, la música y las pistas de baile se fueron apagando, la clientela se fue alejando por los constantes ataques.

Sus inicios como bailarina

Toma un cigarro y lo prende. Se sienta en un sillón de color amarillo, cruza su pierna, pregunta “¿me invitas una bebida? Sí claro”, levanta la mano y pide un vaso de whisky divorciado al mesero.

Amablemente, Tamara comienza a charlar y platica su vida antes de entrar como bailarina. Dice, según ella, que en tres años acabó sus estudios de secretaria y comenzó a trabajar en una empresa dedicada a la fabricación de yeso a los 22 años. Ahí duró dos años trabajando como asistente de gerencia.

Después conoció a una bailarina que la invitó a trabajar, propuesta que en un principio no aceptó.

—No podía ¿qué dirían mi padres que pagaron la profesión de secretaria? Era imposible poder entrar, pero luego me despidieron.

—¿Y por qué te despidieron?

—Prefiero no hablar de ese tema, fue muy difícil para mí —expresó la mujer, al momento que se baja su diminuta falda, para “tapar” un poco sus torneadas piernas blancas.

Contó que a los meses se volvió a topar a la bailarina en un rodeo en San Nicolás que abría los domingos, ella, dijo la mujer, ya se había comprado un auto Jetta rojo con rines y llantas, además de su buen sonido.

“Me convenció… en principio trabajaba los viernes y sábados, para que no se dieran cuenta mis padres, le decía que iba de antro, pero no les decía cuál era”, menciona con una sonrisa, mientras se recoge su pelo negro.

—La ropa me la prestaba en un principio mi amiga —agregó—. En un año gané más de lo que me había imaginado como secretaria —concluye.