CIUDAD DE MÉXICO, 21de abril.- Mirna trabaja en varias casas ayudando a la limpieza, es una de tantas trabajadoras del hogar que decidieron dejar la maquila cuando era peligroso salir de sus casas a las 5:00 de la mañana, sin luz ni pavimento ni policía que las cuidara para ir a tomar los camiones que las llevaban a la zona industrial.
No pierde el acento veracruzano, es tímida y rehúye a dar una entrevista, aunque considera que podría servir para mejorar algo de la pobreza y marginación en que vive con su familia, accede en momentos y platica.
En 1995 llegó a Ciudad Juárez, con su esposo, ya que sus cuñados les dijeron que acá había mucho trabajo, y con suerte podrían irse a Estados Unidos, donde los veracruzanos son muy apreciados por trabajadores y porque cocinan suculento.
“Algunos sí nos discriminan, por ejemplo, cuando llegué y entré a una maquila, cuando comí algo que llevé de la casa típico de Veracruz, pues, una mujer me quiso correr, una de esas cholillas, ya que como ellas están acostumbradas a comer de esos pollos, de esos pálidos, me dijo: ¡vete a comer tus porquerías a otro lado!
“(Los policías) pues yo creo que también (nos discriminan), porque como pasó la otra vez, les hablamos por teléfono porque había una pelea en la colonia, yo creo que por cómo hablamos (tono veracruzano), pues llegaron cuatro horas después”, aseveró.
“Pero hasta ahorita ya no. Y espero que ya no.”
–¿Qué pasó cuando empezaron a matar mucha gente en Ciudad Juárez?, se le pregunta.
“Muchos se fueron, pero algunos ya están regresando porque no hay tanta matazón. Por ejemplo, mis dos hermanas se fueron, en el avión que les pagó el gobierno de Veracruz hace dos años por la violencia.”
Cuenta que ella se quedó con su esposo y sus dos hijas, quienes actualmente tienen 12 y 20 años. Estudió para estilista, pero nadie le da trabajo porque le piden tener cinco años de experiencia.
Otros vecinos, continúa, se fueron amenazados por la violencia, como una de sus vecinas, que tenía una tienda de abarrotes y huyó cuando la amenazaron, “pero ya regresó y ya ahorita hay muchas tiendas”.
–¿Y no desean irse a los Estados Unidos a trabajar?
“Pues un hermano y un cuñado se fueron a Estados Unidos, pero se regresaron porque no les gustó, pero sería bueno pasar para allá, pero no a vivir o trabajar, sino a comprar, porque es muy difícil para que les den los papeles.”
Acerca del visado que exige Estados Unidos comenta que “hay a quienes no se las dan, pierden el dinero y ahora es mucho más dinero que antes, algunos sí la han sacado (la visa de turista para cruzar a EU), pero ahora con el dichoso muro que está por Riveras (la colonia donde vive) que se ve muy clarito, se ve luego luego, pues hasta da miedo”.
Ella decidió mejor quedarse en Ciudad Juárez, dejó de trabajar en la maquila por el peligro que representaba, y ahora trabaja de casa en casa como trabajadora doméstica, su hija busca trabajo como estilista, todavía sin conseguirlo, y la menor sigue estudiando, mientras su esposo trabaja como albañil.
Mientras barre y trapea en la vivienda donde le pagan por ir una vez a la semana, dice: “A mí no me entreviste, aunque sería bueno para que nos ayuden en la colonia, donde no hay luz, ni seguridad, ni escuelas, para que el gobierno nos apoye, cuando menos para que se den una vueltecita, pero mejor no, mejor entreviste a doña Irma, ella sí sabe hablar y ella no tiene tanto miedo”.
Siguió al auge del empleo
Doña Irma Lucía Campechano Zaragoza, de 52 años, salió de Oaxaca a Ciudad Juárez –pasó por Coatzacoalcos, Veracruz, y el Distrito Federal– atraída por el auge de las maquiladoras en 1990.
En contra de lo que decía su familia, se casó con un hombre de Ciudad Camargo, municipio ubicado al sur de Chihuahua, y ha regresado una sola vez a su tierra natal para visitar a sus padres y sus hermanos, quienes son ingenieros y maestras.
A pesar de la violencia, ella decidió quedarse en Ciudad Juárez para sacar adelante a su única hija, hoy de 12 años e inscrita en la secundaria.
Ella accedió amablemente a la entrevista, a pesar de que dijo sentir miedo de recibir represalias. Dentro de su casa se sintió más segura y compartió su historia.
Sin terminar la primaria, ya que trabajó desde los ocho años, salió de Oaxaca porque en su tierra todos decían que en la maquila había empleo.
Y así fue, empezó a trabajar en una de ellas, conoció a quien es ahora su esposo, se casó y tuvieron a su hija.
En 1999, lo que sería un sueño se volvió pesadilla. Pensó en irse a El Paso, Texas. Primero lo intentó su marido, junto con su cuñado, pero no pudieron.
La violencia llegó a tal grado que decidió dejar de trabajar para cuidar a su pequeña niña, mientras que su esposo se hizo cargo de la familia y el pago de la casa.
Viven en Riveras de las Palmas, en una casa que en un espacio de 5 x 4 metros tiene un baño, una recámara, sala, comedor y cocina, y les costó 156 mil pesos, los cuales pagan mensualmente desde hace diez años.
A menos de un kilómetro, se ve el muro fronterizo de acero, que para ella cumple el cometido de quitarle las ganas de irse a Estados Unidos.
—¿Cómo soportó la violencia, por qué no huyó a su tierra? —se le preguntó.
“Mire, para que huir si la violencia está en todos lados. Si aquí muchos de mis vecinos se fueron porque se metieron a malosos. Yo mejor me quedé, orando con Dios, quien me ha ayudado a salir adelante, a cuidar a mi hija.
“Yo me quedé porque es muy bendecido Juárez, lo amo mucho porque aparte de que aquí conocí a mi esposo, aquí conocí a Dios, que me dio esta casa. Por eso me da mucha tristeza de mucha gente que vinieron de fuera e hicieron cosas malas también y se fueron, esas casas que están alrededor tienen dueño, pero se fueron y ahí las dejaron y nos afecta a nosotros que vivimos en plan de trabajo y nos quedamos y estamos hasta ahorita firmes.”
—¿Tiene miedo?
“No, no, porque yo le puedo decir las cosas como son, yo le voy a decir la verdad. La inseguridad que tenemos aquí por las casas abandonadas es mucha, anoche estaba un carro afuera, y alcancé a oír que alguien estaba arriba de mi casa, pero no pude hacer nada, pero estaba ese carro con los vidrios polarizados, y siempre me da temor, porque si salgo me agarran.”
Con las matanzas los empresarios empezaron a irse y hubo muchos desempleados, unos regresaron a su tierra, otros a Estados Unidos.”
—¿Por qué no se fue?
“Yo me quedé porque mi esposo está trabajando en una maquila… y mire, el que quiere hacer algo tiene que avanzar, mi esposo lleva 14 años en la maquila.
“A los Estados Unidos ni tengo a qué ir, yo soy feliz aquí en México. Sí conozco (El Paso, Texas), y si voy sé que me van a recibir bien porque vamos con el bien de Dios.
“Pero no deseo nada de los Estados Unidos, yo soy feliz acá, porque quien camina con Dios le va bien. Aunque sea uno pobre y humilde, yo la verdad no tengo nada, mis hermanos son profesionistas y ganan bien, honorablemente, pero la única más mal económicamente, porque no terminé una carrera, soy yo, pero le doy gracias a Dios que me bendice y a mi esposo que hace maravillas con su sueldo.”
—¿Qué pide a las autoridades?
“Pues mire, así como nos cobran los impuestos, el predial, pues deben ayudarnos a limpiar, mire en la acequia el basurero, con la luz (pública, que no hay), todo eso está mal, pero yo me siento a gusto aquí.”
Doña Irma sale y señala el muro fronterizo que divide a la boyante ciudad de El Paso con la paupérrima colonia Riveras de las Palmas, en Ciudad Juárez, Chihuahua.
Practican altruismo y la fe en Chihuahua
“Es positivo”, dice don Carlos Israel cuando se le pregunta si al quedarse en Ciudad Juárez dejó atrás una oportunidad de residir en Estados Unidos o de regresarse a su natal El Salvador para convertirse en Ciudadano del mundo, como se denomina a los migrantes en esta frontera.
“Sí, pues sí somos ciudadanos del mundo, porque puede uno tener muchas cosas materiales en los Estados Unidos, pero aquí en Ciudad Juárez tiene uno más, una buena familia y muchas personas a las que hay que ayudar, que están en peores condiciones que uno”, asegura.
Carlos Israel Nájera Hernández, de 57 años, es originario de Juayua, de la provincia de Sonsonate, en la República de El Salvador. Tiene tres hijos con su esposa, Jovita Payán, a quien conoció como misionera en su patria y regresó a México con ella.
Sin embargo, su historia de amor y filantropía –ambos eran misioneros y ahora son pastores– ha pasado por momentos difíciles, pues fueron amenazados y extorsionados por el crimen organizado.
Junto con su esposa, en una vivienda a medio construir, en la colonia Granjas de Chapultepec, platica lo que fue y es su vida, la cual, asegura, ha ido siempre encomendada a la mano de Dios, dentro de su labor de pastor y evangelista.
En 1982 regresó a Ciudad Juárez con Jovita para casarse, procedentes ambos de El Salvador, a donde ella fue como misionera y donde se conocieron. Dos años después regresaron a El Salvador, y hasta 1989 instalaron un albergue en una misión como la que ahora atienden en esta frontera. Las condiciones políticas los obligaron a regresar a México.
“La frontera siempre ha sido difícil y lo primero y más difícil es que hay que insertarse en la sociedad, y desde que llegamos seguimos con el mismo proyecto de ayudar a las personas que lo necesitan, a la gente, en todo aspecto. Vivimos para orientar a la gente, enfocar a una familia con valores, a la medida de sus posibilidades y ése es un ariete para entrar a una sociedad”, explicó.
Cuenta que a México vino sólo a casarse y de paso conoció el país.
“Para los latinos conocer México es un sueño, porque el ideal de conocerlo es por las películas, porque esperamos ver aparecer los charros, la lucha libre, a Verónica Castro”, asegura.
—¿Y qué me dice del sueño americano?
“El sueño americano entra en concepciones filosóficas. Yo no vine a este mundo para hacer dinero, sino a un propósito establecido por Dios y el proyecto de vida fue servir y en eso ya estoy realizado y mis hijos tienen esa misma concepción. El sueño americano es un desengaño, porque, mire, cuando fui a predicar a Washington conocí al cocinero de un senador, tenía casa de cuatro niveles, todo una opulencia en la comida, en todo, pero lo recordé porque estaba perdiendo su casa, y cuando pierde su casa es que ya perdió el carro y dos o tres cosas que son el sueño americano.
“Y estamos hablando del empleado de un senador, que no será del que trabaja en jardinería, entonces respecto al sueño americano no nos equivocamos, porque estamos mejor nosotros con todas las limitaciones, lo que tenemos no es opulencia, pero no es tanto riesgo como en Estados Unidos, que es como un castillo de naipes”, asevera.
Recuerda que cuando llegaron a Ciudad Juárez había una amnistía de trabajo, de que todo aquel que entrara a Estados Unidos con su acta de nacimiento tenía trabajo y residencia asegurada, “pero no quise y estoy seguro de que no me equivoqué”.
Esa labor altruista, cuenta, estuvo en riesgo e incluso llevó a su familia a pensar en salir de Ciudad Juárez, de regreso a su tierra natal.
“A nosotros nos hablaron por teléfono, nos dijeron ‘mira tus carros, tu casa, tus hijos’, y nos pidieron dinero. Yo le hablé a mi hermano que es militar y me dijo: ‘primero escúchalos y luego decide.’”
Añade que los tiempos fueron difíciles y tuvieron mucho miedo. Entregaron una parte del dinero que les pedían, “entonces tiramos los teléfonos, nos cambiamos de casa y estábamos a punto de huir, aunque uno de mis hijos, Carlos, me dijo que no lo hiciéramos”.
Recuerda que estaban a punto de huir, asustados, cuando a su casa llegó un joven afectado de sus facultades mentales por el miedo, el cual les pidió ayuda, orientación, “ésa fue la señal que decidió a qué nos quedáramos, porque sabíamos que ése era nuestro destino: ayudar a la gente”.
Ahora, con su esposa y sus hijos atiende a 20 jóvenes, a entre 30 y 35 niños desde 5 o 6 años y una o dos veces por semana les llevan comida, desayunos, ahí en la colonia Granjas de Chapultepec, donde además los pone a hacer manualidades y buscan la manera de ayudarles a conseguir estudios y trabajo.
—¿Y el gobierno les ayuda?
“Nomás una vez nos dieron como 40 despensas, pero las quieren repartir ellos y tomarse la foto, desde entonces ya no nos han ayudado, mejor conseguimos apoyos de otros lados, como de las redes sociales, donde mis hijos o mi esposa lanzan un llamado de alerta y luego recibimos apoyo de todo Ciudad Juárez, de El Paso, del gobierno no recibimos nada.”
Tamaulipas se nutre de otras entidades
Las estimaciones oficiales indican que casi una cuarta parte de la población de Tamaulipas no es oriunda del estado.
Población de todos los estados de la República busca en las entidades fronterizas una mejor calidad de vida o su ingreso a Estados Unidos. En algunos casos, luego de ser deportados, se instalan en la zona fronteriza.
Diversas costumbres, ideologías, alimentación y hasta maneras de divertirse de diferentes lugares son ya una normalidad para los tamaulipecos. Es común ver establecimientos que ofrecen productos y servicios de Veracruz, Nuevo León y San Luis Potosí, principalmente.
De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2010 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), son los veracruzanos quienes han formado incluso organizaciones tipo anglosajonas para proteger lo que aseguran son sus derechos en localidades como Reynosa, Matamoros y Nuevo Laredo.
La información del INEGI establece que de acuerdo con el censo poblacional que de los poco más de tres millones 268 mil habitantes de Tamaulipas, casi 765 mil son de otros estados.
Las personas originarias de Veracruz suman 285 mil 369, de las que 138 mil son varones y más de 147 mil son mujeres.
San Luis Potosí es otra entidad con representatividad, con casi 142 mil originarios de esa localidad que habitan en la franja fronteriza. Nuevo León aporta más de 77 mil ciudadanos. Siguen localidades como el Distrito Federal (38 mil), Coahuila (35 mil) y Guanajuato (28 mil).
Cronistas como Antonio Maldonado refieren que es tanto el poder que representan los veracruzanos en esta entidad, que en casos como Rey-nosa y la zona conurbada (Tampico, Madero y Altamira) son visitados por candidatos a puestos de elección popular en periodos electorales.
“Se han dado cuenta que los veracruzanos que habitan en Tamaulipas, en sus municipios más representativos, se convierten en una importante fuerza de elección, porque como envían recursos para sus pueblos natales son determinantes a la hora de votar”, dice el cronista.
De acuerdo con la Secretaría de Desarrollo Económico y Turismo (SEDET), la preferencia de esos habitantes, pero en general de todo el país por llegar a territorio tamaulipeco, es por su fuente generadora de empleo a través de las maquiladoras, y es que son precisamente esos municipios fronterizos y al sur, principalmente Altamira, donde existen fuentes de empleo.
Los alcaldes de ciudades como Reynosa, Everardo Villarreal Salinas, y de Nuevo Laredo, Benjamín Galván Gómez, han señalado que ante la llegada de mexicanos y hasta extranjeros a esas ciudades, las finanzas con que cuentan se ahorcan.
No obstante que es gente trabajadora y propositiva, creyente y con valores, también es cierto que demandan empleo, vivienda, servicios médicos, urbanismo y educación, entre otros factores.
Tan sólo en Reynosa existe la organización denominada Unión de Veracruzanos, una de las más importantes, encabezada por Patricio Mora Domínguez, quien refiere que a base de lucha se ha fortalecido esa agrupación.
Sin embargo, acusa que falta respaldo por parte de las autoridades.
Los originarios de Veracruz han posicionado universidades, restaurantes, panaderías y hasta creencias religiosas, como la Virgen de la Candelaria.
El cronista señala que la llegada de más habitantes procedentes de otros estados se debe, a pesar de las situaciones de violencia que ha enfrentado Tamaulipas, a que es una tierra fértil para el progreso.
“Es un estado donde queda demostrado que con esfuerzo y tenacidad se pueden alcanzar objetivos de desarrollo, y salir adelante con las familias, por eso es cada vez mayor la estancia de personas de otras entidades”, señala.
Los alcaldes fronterizos han reiterado en diversas ocasiones la necesidad de plantear beneficios para entidades y prioritariamente sus localidades receptoras de migrantes que faciliten la atención de esos mexicanos.