La psicología de tu ropa

No tengo la menor duda: Alison Lurie es una iluminada en materia de indumentaria. En su libro El lenguaje de la moda (sí, ya sé que lo he citado muchas veces, y lo lamento, pero es una obra fundamental), la autora establece un inteligente paralelismo entre el lenguaje hablado-escrito y la moda, la cual podría tener más dobleces que una obra de papiroflexia, y generar tantas promesas como un político en campaña. Por algo dicen que, al igual que ciertas personas, la moda lleva en una mano la piedra y en la otra muestra el pan.

Lurie señala que, como ocurre con la lengua oral, «la comunicación a través del vestido es menos problemática cuando se persigue una sola finalidad, es decir, cuando llevamos alguna prenda únicamente para estar calientes, asistir a una ceremonia de cualquier tipo, proclamar nuestras opiniones políticas o tener un aspecto seductor». Pero ahí, por supuesto, no termina el asunto. Como ocurre con el habla, nuestros motivos para hacer cualquier declaración a través de la imagen pueden ser dobles, triples o múltiples. Nada extraño, si lo analizamos fríamente y con un dry martini en la mano.

La chica que va a comprar un vestido de noche puede anhelar que, al mismo tiempo, el diseño en cuestión luzca costoso y moderno pero, además, que proclame que es una persona divertida y con carácter fuerte; puede esperar, también, que ese «mágico» atuendo atraiga a un cierto tipo de compañero sexual y que, mediante ósmosis, le contagie las cualidades de Charlize Theron en la alfombra roja del Festival de Cannes.

Obviamente, es casi imposible satisfacer todos esos requisitos a la vez. La prenda de nuestros sueños, con todas esas características, es muy probable que no esté a la venta a la vuelta de la esquina y, si lo está, quién sabe si podamos pagarla. «Igual que con el habla, ocurre a menudo que no podemos decir lo que realmente queremos porque no disponemos de las palabras correctas», asegura Lurie. Y el ejemplo más claro sucede cuando se le pregunta a una novia cómo quiere que sea su traje de boda. La respuesta, invariablemente, es una sarta de incoherencias que resultan aterradoras.

Entonces, ¿no sabemos lo que deseamos o queremos todo al mismo tiempo? Cuando dos o más deseos entran en conflicto, una consecuencia psicológica bastante frecuente es manifestar algún trastorno de la expresión. En este sentido, uno de los primeros teóricos del vestido, el psicólogo J.C. Flügel, veía toda la ropa como un síntoma neurótico. Desde su punto de vista, el decoro y el deseo de ser objeto de atención son emociones irreconciliables.

Escribe Flügel en su obra The Psychology of Clothes: «Nuestra actitud hacia la ropa es ab initio ‘ambivalente’, por usar el inestimable término que los psicoanalistas han introducido en la psicología; estamos intentando satisfacer dos tendencias contradictorias […] A este respecto, el descubrimiento o en todo caso el uso de la ropa parece recordar, en sus aspectos psicológicos, el proceso de desarrollo de un síntoma neurótico».

Duras palabras las del señor Flügel, quien no contempla la confusión neurótica que se produce cuando entran en conflicto tres o más motivos, como nos ha pasado a todos. Por lo tanto, no es nada raro que encontremos en el lenguaje de la moda el equivalente de los trastornos psicológicos del habla. Ahí está el «tartamudeo» repetitivo del oficinista que siempre lleva un pesado abrigo de lana, sin importar que el termómetro marque 32°C. Hallaremos también el «balbuceo infantil» de la señora que se aferra con uñas y dientes a los volantes y lazos de su primera juventud. ¿Y qué decir de esos embarazosos lapsus, cuyo ejemplo más bochornoso es la bragueta abierta, signo inequívoco de un error social?

Pero «aún hay más», como decía Raúl Velasco: «También apreciaremos los signos de una angustia interior más pasajera: la voz demasiado chillona o áspera que nos deja más exhaustos los ojos que los oídos con los colores deslumbrantes y los diseños estrambóticos, y la gris monotonía equivalente a la incapacidad de elevar la voz», indica Lurie. Conclusión: la próxima vez que acudamos al psicólogo, no olvidemos llevar una muestra significativa de nuestras prendas de temporada; por lo visto, a ellas también les urge una buena terapia.