La violencia “sutil” que sufren las mujeres

“Inútil, buena para nada, te crees mucho, gorda, fodonga, pendeja, zorra”… eran las palabras que Adriana recibía constantemente de su pareja. Palabras que luego su hija, María Fernanda —como si fuera un ciclo sin fin— también escucharía de su pareja.

Adriana comenzó a vivir violencia sicoemocional desde los 20 años, aquella que consiste en actos u omisiones que se expresan a través de prohibiciones, coacciones, condicionamientos, intimidaciones, amenazas, actitudes devaluatorias y de abandono, insultos, burlas, silencio y gestos agresivos. “Aquí no hay golpes. Es una violencia sutil; casi invisible”, explica Adriana, hoy con 38 años.

María Fernanda, su primera hija, nació cuando ella tenía 20 años, el padre no trabajaba y fue justamente por esta situación que Adriana comenzó a disgustarse. “Él dormía hasta tarde. Ante mi disgusto, me gritaba: ‘Eres una pendeja, eres tú la que no sirves para nada, no eres más que yo. Eres gorda, y vestida así te ves como una golfa’”, relata.

Yo vivía en casa de mi padres y estudiaba Odontología. Cuando mi pareja me ofendía y gritaba; yo, después, ofendía con las mismas palabras y por cualquier motivo, a mi hija. Me obligó a dejar mis estudios y fue cuando decidí dejarlo”, comenta.

Después de algún tiempo Adriana conoció al que sería el padre de su segunda hija. “Al principio todo iba muy bien, pero también se quedó sin empleo. Era un hombre muy inestable. Comenzó a humillarme, a ofenderme, y esto tuvo grandes repercusiones en mi autoestima, seguridad y estabilidad emocional”.

“Revisaba constantemente mi correo y los mensajes de mi celular, y cuando le preguntaba porqué lo hacía, me decía: ‘Porque me preocupo por ti’.

“Cuando estaba con mis amistades él se encelaba, pero decía que lo hacía porque me quería mucho”.

A los 17 años, María Fernanda, su hija, comenzó a tener relaciones con un joven de 21. Pese a que lo integraron a la familia “mi hija comenzó a cambiar. Ya casi no comía, no dormía, tenía ojeras, sus calificaciones bajaron, perdió su beca escolar, y comencé a ver cómo su novio le gritaba constantemente”, recuerda.

Entonces decidió prohibirle el noviazgo “pero él insistía en buscarla y ella en recibirlo… hasta que llegó el día en que la vi golpeada, con moretones en el cuello y las piernas.

“Hablé con la madre de la pareja de mi hija. Su respuesta fue: ‘El problema es que usted soltó a su gallinita , y mi gallito anda suelto’”. Ante esto Adriana impulsó a su hija para levantar una denuncia. y lo hizo. La pareja de María Fernanda estuvo 36 horas en las celdas de un Ministerio Público. Pero reestablecieron la relación y vivieron juntos. Su hija sólo la buscaba cuando necesitaba dinero. “Fue en una de esas ocasiones cuando ella me confesó que su pareja no la dejaba trabajar, ni comía nada, ni tenían un techo donde vivir, y le daba a comer pedazos de trapo para que se le fuera el hambre”.

Adriana comenta en entrevista con EL UNIVERSAL, que decidió romper la cadena de abusos que inició su padre con su madre, (“él le gritaba y azotaba puertas cada vez que se enojaba o se ausentaba por días completos sin avisar y no llegaba a la casa”) y que luego sufrirían ella y su hija.

Acudió al Instituto de las Mujeres del DF, en la delegación Álvaro Obregón, para pedir ayuda. “Hoy ambas asistimos al Inmujeres, y nuestra relación ha mejorado notablemente, gracias a la asesoría de la sicóloga Viridiana Guerrero. “Hemos aprendido e incorporando palabras como equidad, empoderamiento, y hoy sabemos que no es normal, y merece cero tolerancia que nuestra pareja nos ofenda, nos insulte, nos maltrate económicamente, o sicológicamente o nos grite”. Adriana tuvo a su segunda hija, hace 11 años. Paulina Alejandra, conoce ya sus derechos.

Para María Lucero Jiménez Guzmán, socióloga, postdoctora en estudios de Género e investigadora de la UNAM, en nuestro país hay formas de violencia que son más frecuentes y generalizadas, como la violencia sicosocial.

“Mi hipótesis es que la precariedad de la vida cotidiana en nuestro país, lleva a que la gente sea muy violenta. Ciertos hombres, han sido formados, y han asumido que la única forma de expresión de sus sentimientos es vía la violencia, sometiendo a las mujeres y a los niños, porque así se han construido socialmente”.

Se trata de una violencia de carácter simbólico, violencia verbal, que mina la autoestima. Muchas personas continúan unidas porque no sobrevivirían separadas, y esto, esta codependencia, genera violencia normalmente sobre el más vulnerable, es decir: la mujer.

Lucía Arriaga Sánchez, coordinadora del Inmujeres, define la violencia sicoemocional aquella que se ejerce a través de las palabras, de miradas que las controlan, de los gestos. “Cuando una mujer recibe este tipo de violencia, normalmente escucha denostaciones como ‘tonta, no sirves para nada, nunca vas a salir a delante’. Este tipo de violencia aparentemente no se ve, pero es la más frecuente, y deja cicatrices profundas. Ellas pueden reconocer que algo está mal si son agredidas, pero tienen tan incorporado el trato violento por generaciones que por esta razón permanecen con sus parejas”.