Ciudad de México • En medio de un Congreso de la Unión totalmente dividido por los resultados de la elección federal de 2006, al presidente Felipe Calderón le bastaron cuatro minutos para rendir protesta y legitimar su sexenio, momento que olvidó al salir de San Lázaro.
Pareciera que el reloj legislativo se detuvo en ese preciso instante en la mente de sus protagonistas, quienes, a pesar de que no lo recuerdan desde la misma perspectiva, coinciden en que fue un hecho histórico: “los cuatro minutos más difíciles de nuestra joven democracia”.
28 de noviembre de 2006
La Cámara de Diputados realiza con normalidad sus trabajos legislativos hasta las 13:28 horas, cinco diputados del PAN se desplazan desde sus curules hasta el otro extremo del salón de sesiones, junto a las escaleras de acceso a la tribuna, frente a la bancada perredista, para “platicar cordialmente entre ellos”.
Esta acción es calificada por los legisladores de izquierda como una provocación, por lo que se levantan de sus lugares y se dirigen hacia los incitadores. Al mismo tiempo el entonces presidente de la Mesa Directiva, Jorge Zermeño, llama al orden, los otros 201 panistas lo ignoran y comienzan a tomar la tribuna.
En reacción, los 154 diputados de PRD, PT y Convergencia, liderados por Javier González Garza, hicieron lo propio pasando por encima de los cinco “atrevidos panistas”. Los puñetazos y patadas entre legisladores iban acompañados de “¡Quióboles!” y gritos de “¡Tranquilo!”.
Hasta el epicentro de la trifulca llegaron los coordinadores parlamentarios Héctor Larios y Javier González, quienes decidieron ir a la oficina del segundo a negociar, el único acuerdo de ese encierro fue: “golpes sin herramientas ni mucho menos armas”.
Dos horas más tarde, Zermeño levantó la sesión y citó a la que se llevaría a cabo el 1 de diciembre a las 9:30 horas.
Con la tribuna tomada por diputados de PAN, PRD, PT y Convergencia Larios y González sostuvieron otra reunión en la que analizaban iniciativas para dejar libre el pleno camaral, de fondo se escuchaban los gritos panistas: ¡Felipe! ¡Felipe! Que encontraba respuesta perredista: ¡Espurio! ¡Espurio!
Mientras esto se vivía en San Lázaro, el entonces presidente electo, Felipe Calderón, seguía los aconteciemientos desde su casa de Las Águilas, junto a Juan Camilo Mouriño y Max Cortázar. Calderón citó en su hogar a los coordinadores del PAN en el Congreso, Santiago Creel y Larios, ya con su círculo de confianza, le propusieron como medida alternativa tomar posesión en alguno de los palcos del salón de sesiones o bien, hacerlo en el pódium de la prensa para evitar mayores conflictos; sin embargo, Calderón fue enfático y claro: “debe ser en la tribuna”.
29 de noviembre de 2006
Los líderes legislativos acudieron con sus bancadas para transmitir “el decreto presidencial”. Larios, quien tenía la tarea más difícil le propuso a González “y si marcamos la alfombra de la tribuna, nos vamos, descansamos, y regresamos a la ceremonia y seguimos aquí”; sin embargo, obtuvo un lapidario “¡No!”
Ese mismo día, Andrés Manuel López Obrador y el vocero del PRD, Gerardo Fernández Noroña, eran claros en sus discursos “vamos a impedir que Calderón, tome posesión”.
30 de noviembre de 2006
40 horas después de la toma de tribuna, San Lázaro se convirtió en comedor, dormitorio, casino, biblioteca, incluso salón de fiestas: cerca de las seis de la mañana, los legisladores del PAN entonaron las mañanitas para festejar el cumpleaños del diputado Iñigo Laviada. Después de los festejos, Larios se convirtió en el general de una guerra en la que el objetivo principal era mantener el control de la tribuna y del salón de sesiones.
Dividió el recinto por áreas, en los accesos al pleno dispuso de varias aduanas para controlar los ingresos, a las 51 diputadas a su mando las ubicó en el centro de la tribuna.
1 de diciembre de 2006
A las 2:00 horas se logró otro acuerdo entre AN y las izquierdas: que ingresarán perros de seguridad al pleno para detectar si no había armas de fuego, objetos punzocortantes o explosivos que dañaran la ceremonia de relevo del Ejecutivo federal.
Concluido este trámite, Larios pidió a sus legisladores: “vámonos a bañar por grupos, tenemos que estar presentables en un acto tan importante para el país”.
A las 8:00 horas, entre aplausos de los diputados del PAN ingresaron al pleno sus correligionarios en el Senado, encabezados por Creel, de inmediato perredistas, petistas y convergencistas cruzaron el salón de sesiones con los puños en alto.
Los senadores Guillermo Tamborrel, Guillermo Anaya, Juan Bueno y Rodolfo Dorador creían que la mejor defensa era la ofensiva, así que atacaron a los golpeadores. Creel solo levantaba la mano, llamando a la calma, mientras que un diputado del PRD cargaba, con dificultad, una curul para lanzarla contra un senador.
Las imágenes que ya eran transmitidas por el Canal del Congreso, eran vistas por Calderón, Mouriño y Cortázar en el centro de operaciones de Las Águilas. Pero Calderón mantenía el aplomo y la seguridad de cumplir con lo que dicta la ley, así que llamó al entonces presidente Vicente Fox y acodaron verse en la esquina de avenida Cuauhtémoc y Viaducto para enfilar hacia San Lázaro.
Portando un traje oscuro y corbata gris, se veía tranquilo a Felipe Calderón, sí, con la adrenalina que amerita el momento, pero no nervioso. Al llegar a la altura del ex parque Delta, las comitivas presidenciales avanzaron al hervidero que era la Cámara de Diputados.
La cadena nacional que transmitía el relevo del Ejecutivo, era controlado por Cortázar, “indicamos que las tomas fueran de los vehículos en los que iban Fox y Calderón, pero a una calles de San Lázaro dispusimos que la toma cambiara al recinto, para generar mayor expectativa”.
Mientras en las televisiones se observaban mantas con la leyenda “Sufragio efectivo no usurpación” o “Nadie por encina de la Constitución”, Calderón ingresaba por el estacionamiento del inmueble.
En ese momento, Ruth Zavaleta, única perredista en tribuna, cedía su lugar a Manlio Fabio Beltrones, quien permaneció estoico, frío y ausente de lo que ocurría. Al mismo tiempo, Zermeño dejó órdenes para que su correligionario utilizara el ascensor de la Mesa Directiva. Otro que daba órdenes era Cortázar, quien pedía que la señal de la cadena nacional se enfocará en el acceso principal del recinto, “para crear la expectativa de que entraba por ahí y sorprenderlos”.
Los minutos
(00:00). Trasbanderas, Calderón respiró hondamente, sabía que el escenario que vería era más crítico que el que siguió por televisión durante días, avanzó, al llegar a la luz vio un Congreso totalmente dividido entre monedazos, aplausos y gritos de “Viva México”, llegó al sitio que le indicó Francisco Arroyo.
Calderón sonreía, mantenía el temple saludando a Zermeño y a sus invitados especiales ubicados en las galeras del salón, también pedía calma con la firmeza. Al mismo tiempo, Fox ingresó con la banda presidencial en las manos, 30 segundos después Calderón levantó su brazo derecho y juro “guardar y hacer guardar la Constitución (…) de no ser así, que la nación me lo demande”.
(1:00). El ya ex presidente Fox dejó la banda presidencial en la mesa de la tribuna para aplaudir. El nerviosismo siguió invadiendo al guanajuatense, se quiso robar la mañana colocando él el distintivo a su correligionario. Pero Calderón se dio cuenta de la osadía de Fox y pidió a Zermeño evitar el error.
(2:00). Se entonó el Himno Nacional, esos acordes fueron los únicos que contuvieron el espectáculo de San Lázaro, las estrofas de Francisco González Boca Negra unieron a Fox, Calderón, Zermeño, Beltrones, Sansores, Polevsky, Navarrete, González Garza, Creel y Larios en una sola voz.
(3:00). Concluido el himno, Calderón miró a lo alto y agradeció a los suyos con la mano derecha en el pecho y luego extendiéndola. Se despidió de Zermeño y Beltrones agradeciendo el apoyo de los legisladores, obtuvo un “mucha suerte Presidente”.
(4:00). El Presidente caminó por trasbanderas ahí se encontró con su esposa Margarita Zavala y sus colaboradores Mouriño y Cortázar y se dirigieron hacia Palacio Nacional.
Se detiene el cronómetro
Una vez que salió de San Lázaro, y podemos decir que desde que giró a su izquierda para despedirse de Zermeño y Beltrones, Calderón olvidó el trago amargo que fue su toma de protesta. “El Presidente no nos volvió a mencionar nada respecto a su toma de posesión, las actividades presidenciales han de evitar concentrarse en eso”, confiesa Cortázar.
Para los diputados y senadores el reloj legislativo se les detuvo en esos cuatro minutos, el de Calderón siguió corriendo y ya no se volvió a detener.