México sin dientes

METZTITLÁN, Hgo.— Marta es habitante de Cerro Verde, Metztitlán, en la Sierra Gorda de Hidalgo. Tiene 53 años de edad, 8 hijos, pastorea cada mañana borregos y tiene una sonrisa de 20 dientes.

A escasos kilómetros, en la comunidad del Cerrito, también en Metztitlán, vive Victoria con su marido, los dos campesinos, a ella las muelas se “le cayeron en pedacitos” y hace un año perdió el incisivo central superior. Salomón su esposo, cuenta con sus 28 dientes pero es la excepción a su edad. “La verdad nunca hemos tenido higiene de dentadura ni nada nosotros por acá, ahora sí que de vez en cuando nos lavamos con agua los dientes” confiesa. Y es cierto, ni él ni muchos habitantes del México del rezago. En estas zonas se es pobre, se carece de servicios de salud, de alimento y también de dientes.

Sus sonrisas imperfectas describen una realidad de las zonas pobres de nuestro país. Sin acceso a servicios médicos dentales y en dónde la salud bucal fue por años, y aún sigue siendo, un lujo.

“Es un problema de salud pública”, explica el secretario general de la Facultad de Odontología de la UNAM, Arturo Saracho Alarcón. En promedio uno de cada dos mexicanos que cumple 50 años ya ha perdido al menos un molar. Pero en las zonas marginadas la estadística es mucho más elevada: “Regiones donde evidentemente encontramos gente mutilada con gran perdidas de las estructuras dentarias, inclusive en una etapa joven de su vida”

Marta se cubre la boca al responder el por qué de la caída de sus dientes. Finalmente sonríe y abre grande la mandíbula. Señala dos molares que ya fueron extraídos y “este otro que ya estoy por perder”. Suspira hondo cuando se le pregunta si recuerda su primer visita al dentista: “Ya he de haber tenido como unos 30 o 35 años, fue para sacarme las primeras muelas que son las que se pican más rápido”.

—¿Cuándo fue la primera vez que se lavó los dientes?

—Cuando me hicieron limpieza completa para taparme esas muelas. De ahí para acá, me regalaron un cepillo, una pasta y ya seguí comprando. Antes era lavarse con pura agüita.

“Chiapas, Oaxaca, Hidalgo, por citar algunos, son entidades donde realmente los servicios de salud no llegan. La gente viene de la sierra o de la montaña, camina 3 o 4 horas para algún tipo de servicio y nos encontramos con que prácticamente ya vienen mutilados, ya han perdido su estructura dentaria”, dice el experto.

Es el caso de María de la Luz, habitante también de la sierra hidalguense. A sus sesentas le sobreviven sólo unos cuantos incisivos laterales. Está casi chimuela. “No me dejan comer mis dientes” se queja. “Ni de grande ni de chica” asistió a un dentista. Ahora come “puras sopitas y caldito de frijol” porque ya no puede masticar la tortilla. Carga en su mano un trocito de pan dulce que remoja en la punta de la lengua, hasta que una vez pasado en saliva, lo puede tragar.

La pérdida de la dentadura no es un problema meramente estético, sino que afecta “la calidad de vida, provoca problemas de tipo gastrointestinal” e incluso infecciones cuando no se atiende a tiempo, agrega Saracho.

Por años, en estos lares la higiene bucal fue completamente soslayada.

Es mañana de viernes y en la cancha de basquetbol de Santa Mónica encontramos congregadas a varias madres del programa de apoyo gubernamental Oportunidades que caminan de al menos cinco comunidades vecinas para recoger la ayuda económica. Algunas comparten experiencias. Mientras que sus hijos ahora reciben en la primaria pláticas acerca de la salud bucal; Sira, una de ellas, confiesa que se lavó por primera vez los dientes a los 20 años. Detalla que vivió más con su abuelita que con sus papás y no le inculcaron “eso que se les enseña a nuestros hijos ahora en la escuela; llevan sus vasos y sus cepillos a diario”.

Además de la falta de cultura bucal existe una realidad económica. El costo diario de una pasta y de un cepillo. Precisamente por ello las autoridades empiezan a incluir en las despensas de apoyo a las familias de menos recursos, un cepillo de dientes.

Victoria, una de las mujeres que entrevistamos en El Cerrito, conserva un cepillo en la alacena. “Venían 3 cepillitos, ya usé dos y ahorita ya nada más tengo éste”. El apoyo no incluye pasta dental por lo que si se agota y no hay dinero pues “con jabón o bicarbonato y limón nos lavamos”.

El centro de salud de Santa Mónica atiende a los habitantes de 7 comunidades vecinas. Pero jamás ha atendido ahí un dentista. A unos metros está una miscelánea. La propietaria asegura que sí se venden cepillos y pasta, pero no como gaseosas y golosinas.

Comiendo unos chetos observa una pequeña, Ana Lilia. Dice que se lava los dientes a diario y “que si comemos muchos dulces se nos pueden caer”. Su madre la mira a media sonrisa. La suya es incompleta. Comenta que ella también se lava los dientes: una vez cada tres días.