La Lotería Nacional tiene entre sus filas a 36 voceros de la fortuna. Se trata de los niños gritones, que con 241 años de tradición simbolizan la trasparencia y legalidad en cada uno de los sorteos.
Famosos por su popular grito “¡Premio mayor! ¡Premio mayor!”, estos niños y niñas de entre ocho y 15 años que hacen soñar a miles de mexicanos en los sorteos semanales, también despiertan ilusiones durante la temporada decembrina al cantar los premios del gordo de Navidad que entrega 150 millones de pesos (el mayor de todo el año) y el magno del 31, que asciende a 75 millones.
Se engalanan, para el primero, con un uniforme color beige y oro que representa riqueza, y para el último del año, con un traje que se distingue por llevar una levita estilo militar que los hace lucir como todos unos cadetes de la suerte.
Los primeros portavoces de la fortuna, en la historia, fueron ocho niños huérfanos que lograron catapultar al grupo de los gritones como el icono de la Lotería Nacional. La intención de la institución entonces era apoyarlos con sus estudios y vestimenta.
Después tocó el turno a los “niños del Ejército”, descendientes de mexicanos que murieron o quedaron con alguna discapacidad durante la refriega de la Revolución. Más tarde la estafeta se pasó a los hijos de los trabajadores de la institución. Y en 2001, por primera vez, las niñas pudieron sumarse al grupo.
Hoy, prácticamente, quien así lo quiera puede convertirse en un niño gritón. Eso sí, cumpliendo con una serie de requisitos que los haga acreedores al privilegio: tener un promedio mínimo de 8.5; buena conducta, buen timbre de voz, memoria fotográfica y dominio escénico.
A principios de cada año, desde hace 11, la Lotería Nacional convoca a los niños que cumplan con estas características y elige a 18 niños y 18 niñas, quienes después de tres meses de capacitación se convierten en los nuevos emisarios de la riqueza. Muchos de ellos, hay que decirlo, heredan la tradición de generación en generación.
Los elegidos tienen una tarea de alta responsabilidad pues son, simplemente, quienes le ofrecen certeza al público en los sorteos, desde el momento en que extraen las bolitas de la tómbola y las colocan en el ábaco central, hasta que enuncian en voz alta con su timbre tan peculiar los números ganadores.
Por eso es que deben ser extremadamente disciplinados: llegar a las 6 de la tarde —el día que les toque sorteo— para ensayar durante al menos 50 minutos y tener tiempo de uniformarse. Como regla de la institución, sus papás deben estar siempre presentes.
Podrán ser niños gritones sólo hasta antes de los 15 años, o bien, si cumplen cinco años en la institución, a fin de dar paso a las siguientes generaciones.
“La etapa de los niños gritones dentro de la Lotería Nacional es formativa. Si los niños no mantienen su calificación no tienen el privilegio de ser gritones; se trata de despertar en ellos su sentido de responsabilidad y disciplina para todas las tareas que realicen. Y el tema del límite de edad se debe a que después cambia su timbre de voz y evidentemente pierden su característica de niños, que es lo que da la imagen de transparencia a la institución”, explicó Laura Maricela Lutzow Torres, gerente de Sorteos de la Lotería Nacional.
De acuerdo con Lutzow Torres, cada año llegan hasta 70 solicitudes de pequeños ilusionados en ganar un lugar entre los niños gritones. “Algunos nos dicen que quieren entrar porque son hijos o parientes de alguien que ha trabajado en la Lotería, otros que porque les gusta la emoción con la que los niños cantan o porque quieren llevar felicidad a un hogar gritando el premio mayor, y otros, simplemente, te dicen que porque ellos quieren salir en la tele, así tal cual, con su inocencia”, detalló en entrevista.
Después de cumplir su ciclo en la institución, ya como jóvenes muchos vuelven a la Lotería Nacional a realizar su servicio social, otros tantos regresan a trabajar. Incluso hay funcionarios, contó Lutzow, que un día fueron gritones.
Algo de historia
El 7 de agosto de 1770 fue dada a conocer en la Nueva España que habría una lotería, la primera de Latinoamérica, bajo el nombre de Real Lotería General de la Nueva España, y cuyo plan y reglas fueron publicados en un Bando Real, el 19 de septiembre del mismo año, de acuerdo con la página web de la Lotería Nacional.
El 13 de enero de 1915, Venustiano Carranza, jefe del Ejército Constitucionalista, suspendió la lotería y fue hasta el 7 de julio de 1920 que Adolfo de la Huerta la reestableció con el nombre de Lotería Nacional para la Beneficencia Pública.
En 1925 dejó su sede en la calle de Donceles y se trasladó a la casa que fuera propiedad de Ignacio de la Torre y Mier, en Paseo de la Reforma 1, y fue ahí donde por primera vez en el país se utilizó un letrero de gas neón.
En 1934 la institución se mudó a la antigua Tabacalera (casa del Conde Buenavista, hoy Museo de San Carlos) e inició la magna construcción de un edificio ex profeso para albergar a la Lotería Nacional. El Moro fue el primer edificio que se construyó por medio de un procedimiento de flotación elástica, obra del ingeniero José Antonio Cuevas, el cual se inauguró el 28 de noviembre de 1946.