Peter Mathewa, conquistado por los Mayas

Peter L. Mathews (Australia, 1951) se esfuerza en recordar la arriesgada aventura al estilo Indiana Jones que hace más de 14 años vivió junto a cuatro de sus colegas arqueólogos en el sitio El Cayo, una antigua ciudad maya situada entre la frondosa selva Chiapaneca, a orillas del río Usumacinta, a donde sólo es posible acceder en lancha o en helicóptero.

Era junio de 1997 cuando el epigrafista y catedrático de la Universidad La Trobe, Melbourne, Australia, cuatro arqueólogos y otros trabajadores que los acompañaban fueron retenidos por un grupo de habitantes de las comunidades choles, cercanas al sitio arqueológico de El Cayo, ubicado entre los asentamientos mayas de Piedras Negras y Yaxchilán, acusados de intentar robar el monumento denominado Altar 4, cuyas dimensiones alcanzan los casi 1.2 metros de diámetro y 60 centímetros de altura, con un labrado que muestra a un subordinado del gobernante del reinado de Piedras Negras.

En realidad, la misión del equipo de Peter Mathews era trasladar el colosal monumento a la localidad de Frontera Corozal (Ocosingo), en donde se comenzaba a fundar un museo regional. El epigrafista, que ya había trabajado dos temporadas de campo en El Cayo, convenció a las autoridades locales y del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) para que la escultura fuera trasladada a un sitio seguro y así evitar que fuera robado.

“Al final de la segunda temporada de campo en El Cayo, en 1993, habíamos encontrado un altar precioso, casi nuevo. Escuchamos que había problemas entre las comunidades de esa zona y temíamos dejar el altar en el sitio, porque amigos de una de las comunidades aledañas nos habían dicho que habían intentos de robarlo”, relata en entrevista el destacado catedrático.

Cuando Mathews, entonces de 46 años, y sus compañeros llegaron al sitio para retirar la escultura, que previamente había sido enterrada para evitar que fuera saqueada, los habitantes se opusieron al retiro de la pieza.

Tras una larga discusión, los salteadores amagaron a los investigadores, les despojaron de sus pertenencias, ropa, zapatos, dinero y equipos de trabajo. Para el epigrafista ese día fue eterno: “Nos dejaron libres, pero antes de llegar al río, los salteadores comenzaron a disparar. Entonces temí lo peor. Fueron las horas más peligrosas porque tenían pistolas y fusiles”, recuerda.

La situación no fue más allá de golpes con las culatas de los rifles. Algunos huyeron a pie a orillas del río, mientras que Mathews y otras cuatro personas cruzaron a nado el Usumacinta, en plena noche, hacia el lado guatemalteco. Afectados por los golpes, descalzos, sin agua ni comida, caminaron por la lluviosa selva, hasta que un bote los rescató y los llevó a Frontera Corozal.

“Una parte del problema tuvo que ver con el asunto de las tierras. En esa región había gente que no tenía papeles de sus tierras, eran invasores. Cuando comenzamos el proyecto tenían miedo, pero les dijimos que no teníamos nada que ver con eso, que estábamos ahí para trabajar en la arqueología. Con el tiempo, la gente de la comunidad cercana a El Cayo (El Desempeño) se convirtió en nuestra amiga, pero a otras comunidades al parecer aún les causaba problemas nuestra presencia”, comenta Mathews, quien lamenta haber dejado trunca una investigación que apuntaba a entender las interacciones entre la ciudad de Piedras Negras y Yaxchilán, urbes a lo largo del Usumacinta.

“Era una zona no explorada y tenía interés en conocer sobre El Cayo, que al parecer formó parte del reinado de Piedras Negras. Además de que había otros sitios vinculados al gran reinado de Yaxchilán, que también queríamos estudiar. Queríamos ver cómo era la relación entre estos dos grandes reinados mayas en esa zona fronteriza”, relata el investigador, quien confiesa que desde aquel percance no ha vuelto a El Cayo, uno de los más de 40 mil sitios arqueológicos de Chiapas aún sin explorar.

Para el también profesor de la Universidad de Calgary, Canadá, esta no fue una experiencia agradable, pero entre bromas señala que esa es la mala o buena suerte de la arqueología cuando se adentra a investigar zonas o regiones poco exploradas: “Tengo otros amigos arqueólogos con historias parecidas en Guatemala o en cualquier parte del mundo. Es una parte que hubiera preferido que no ocurriera, pero así fue”.

Pasión por los glifos mayas

Mathews, de 60 años, quien ha estudiado las inscripciones de dinteles localizados en varias zonas arqueológicas del área maya -desde el sureste mexicano hasta Honduras-, que describen fechas de nacimiento, muerte, entronización y guerras, con el fin de reconstruir las genealogías de esta cultura prehispánica, asegura que el desciframiento de los glifos mayas es su mayor pasión.

“Siempre me encantaron los glifos mayas. Para mí, es la escritura más hermosa en todo el mundo. Siempre quisiera saber más para conocer a fondo esta cultura”, dice el investigador, cuya admiración por las culturas de Mesoamérica surgió en una visita que de adolescente realizó al país.

“Tuve la suerte de venir a México cuando tenía como 14 o 15 años. No llegue al área maya pero estuve en México y tuve la oportunidad de visitar sitios como Teotihuacan, Tula o el Museo Nacional de Antropología. Eso sembró en mí la espina. Cuando empecé la universidad decidí estudiar arqueología, especialmente la mexicana”, relata.

Pero su admiración por los mayas -asegura- fue cuando conoció Palenque, antigua ciudad maya que le sigue impresionando por “su majestuosa arquitectura y sus edificios preciosos”.

Sentado en la sala de prensa de la VII Mesa Redonda de Palenque -organizada por el INAH hace algunas semanas-, a la que asiste de manera constante, el catedrático australiano relata que en 1973 fue invitado por Merle Green Robertson a participar en la primera edición de estas mesas de diálogo, que desde su fundación reúne a destacados especialistas en la cultura maya.

“Fue mi primera visita a Palenque y en esa semana todo mi mundo había cambiado. Me encantó el sitio, conocí a muchos colegas. Desde entonces estaba segurísimo de qué hacer con la carrera de arqueología. Fue el inicio de toda mi carrera”, recuerda.

Nacido en 1951, en la ciudad australiana Canberra, Mathews lleva cerca de 40 años descifrando los textos que los mayas dejaron inscritos en monumentos de sitios como Tikal, Naranjo y Caracol, en Guatemala; Yaxchilán, Piedras Negras, Palenque y Toniná, en Chiapas; así como Copán, en Honduras. Es una escritura que, afirma, posee una gran belleza artística y es hasta posible de compararse con la egipcia.

Peter Mathews ha logrado incluso hacer estudios comparativos de genealogía entre los egipcios y los mayas, cuyos resultados apuntan a que los gobernantes mayas del periodo Clásico (300-900 d.C.) habrían sido más longevos que los faraones.

A partir de análisis epigráficos realizados en varios monumentos escultóricos, el investigador logró ver que el promedio de vida de los mayas fue cerca de los 53 años, mientras que el estimado para los dignatarios de los imperios Antiguo, Medio y Nuevo de Egipto, así como de la dinastía Ptolomeica, osciló entre los 38 y los 50 años.

Además de la actualización de este proyecto de investigación y de las clases de cultura mesoaméricana y de epigrafía que imparte en la Universidad australiana de La Trobe, Peter Mathews también trabaja en una investigación que busca descifrar las fechas inscritas en los monumentos mayas.

“Para algunos las fechas pueden parecer aburridas pero a mi me gustan. Tengo dos o tres bases de datos con miles de fichas sobre las fechas inscritas en los monumentos mayas”, dice. El investigador asegura que existen más de cuatro mil fechas, de las cuales lleva registradas sólo la mitad.

El pionero en la epigrafía maya dice que el campo de estudio de la escritura maya vive un buen momento. “Hace 40 años teníamos descifrado como 20% de los glifos, ahora es cerca de 90%. Ha habido un período de desarrollo del campo muy rápido. Hay muchos colegas estudiando distintos temas, eso enriquece el diálogo y ayuda a conocer más sobre esta cultura”, comenta.

El investigador, considerado uno de los más destacados epigrafistas mayas actualmente vivos, está convencido que el estudio de los glifos mayas ha sido de gran apoyo a la arqueología especializada en esa cultura prehispánica: “Con los textos mayas tenemos la oportunidad de oír, de escuchar a los gobernantes mayas, lo que pensaban y lo que querían decir en sus monumentos públicos”, comenta este osado epigrafista, quien confiesa que para distraerse del ajetreo de la vida académica, que implica preparar clases, exámenes y trámites burocráticos, se sumerge en el mundo de los glifos mayas.