Después de la explosión, vino la búsqueda de víctimas, la madrugada, y al amanecer lo que hay en Pemex son escombros y caos.
Un grupo de marinos, sin el garbo de los desfiles, ni la gran vitalidad con la que llegaron anoche, se retiran cansados, tristes, con los ojos vidriosos. No durmieron y se van sin gloria, porque allá adentro lo que hay es una montaña de cascajo.
Vestido de camuflaje verde, de más de dos metros de estatura, el marino musculoso, de fuerzas especiales, se va y alcanza a decir: «abajo de los escombros no sabemos que haya, es demasiado…»
La pesadilla sigue. Familiares de tres posibles víctimas, que no encuentran al esposo, a la hija, que laboran en el edificio B2 hicieron guardia durante la madrugada en espera de noticias, esperanzadoras o fatales. Nada hubo para ellos.
Y sin embargo, al remover pedazos de piedra, metales, muebles, archivos, los rescatistas encontraron en la oscuridad de la madrugada seis cadáveres. Todavía después de las 09:00 horas hallaron los restos mortales de una de las víctimas.
Hay silencio. Es un contraste estremecedor entre la desesperanza de este viernes y la tragedia, cargada de angustia del jueves, en el que la gran movilización de servicios de emergencia, de seguridad pública, de las fuerzas armadas, generaban mucho ruido.
Derrotados, se van las brigadas de apoyo canino para rescate de personas que movilizó la Armada. Los Topos, ángeles todo terreno en busca de víctimas, acostumbrados a no dormir, no comer, sostenerse con un poco de agua, dicen que estarán aquí hasta que se mueva la última piedra.
Es Roberto Hernández, que ingresó a ese grupo de voluntarios rescatistas hace 30 años, y se muerde los labios para decir que hoy está frustrado porque la remoción de escombros no avanza y allá adentro el caos que se vive no es por ningún riesgo, sino por falta de coordinación.